02 enero 2013

Contra la soberbia: Humildad.


                                                             


Con humildad empieza la vida espiritual, en la auténtica humildad está la perfecta confianza en Dios, los grados de la humildad, corresponden a los grados del amor, si no somos capaces de una vida humilde, se irá secando la fuente de la alegría y el vicio contrario a la fundamental virtud de la humildad, es la soberbia, porque resalta con mayor énfasis la ausencia de tal virtud.
La paradoja del soberbio: Santa Teresa de Jesús escribió: Humildad es andar en verdad; soberbia es andar en mentira. A un soberbio se le conoce porque siempre quiere tener la razón, impone su punto de vista sobre otros - acaso mejor fundamentados- gusta de aparecer y ser escuchado, no reconoce su error culpabilizando a los demás, agranda los defectos ajenos y minimiza los propios; agranda sus logros y minimiza los ajenos. El soberbio se presenta fuerte, imponente y seguro, pero en realidad es muy débil y vulnerable. Si el humilde perdona de corazón y se propone olvidar la ofensa recibida, el soberbio no acepta ser corregida. Con facilidad se vuelve rencorosa. En el corazón soberbio, una ofensa recibida  o una merecida corrección, se vuelve sutil indisposición, que con el correr del tiempo, se convertirá en venganza...
Termómetro de la soberbia: San Juan Clímaco observaba que un orgulloso no tiene necesidad de ser perseguido por el demonio; él es su propio demonio. Por su parte, San Gregorio Magno señala las cuatro principales causas de la soberbia: 
1. Atribuirse a sí mismo los bienes que se han recibido de Dios.
2. Creer que hemos recibido esos bienes en atención a nuestros méritos.
3. Presumir de bienes que no se tienen, o que se tienen en menor medida.
4. Desear que los demás aparezcan como inferiores.
El orgullo del mediocre.- Consiste en atribuirse muchos méritos y hablar continuamente de ellos; pregonar mucho y bien de sí.
Otro orgullo muy dañino es aquel que desea o espera que hablen bien de él, o que frecuentemente comenten sus hechos o dichos, y el no recibir lo que se espera, lo entristece o lo enfurece.
Ceguera incapacitante.- El soberbio busca los defectos ajenos, descuidando la atención
y superación de los propios; el soberbio comenta los defectos de los demás para no permitir que descubran los suyos. Si la humildad une a los hombres, la soberbia los divide. El orgulloso es vanidoso y se goza despreciando a los demás o considerándose mejor que ellos; si algo irrita al orgulloso, es el orgullo ajeno. La máscara de nuestros defectos, no es otra que el orgullo, que nos lleva a negar nuestros defectos, nos impide advertir los remedios que podrían curarnos.
Generalmente la vanidad procede de la soberbia, el soberbio se complace en la propia excelencia, mientras que el vanidoso se complace en el reconocimiento que los demás le tributan, así, el orgulloso suele ser vanidoso: Quien se estima mas de lo que vale.
Humildad.- Gracia al alcance de quien la pide y se esfuerce. Pidamos al Señor, reconocer nuestra soberbia y luchar contra ella, aprendamos a comenzar cada día, busquemos como quienes van a encontrar y encontremos como quienes aún han de buscar, cuando el hombre ha terminado algo, entonces es cuando empieza (San Agustín de Hipona).
Bienaventuranzas.- Dichoso aquel siervo que no se enaltece más por el bien que el Señor dice u obra por su medio, que por el que dice y obra por medio de otro.
Dichoso el siervo capaz de soportar con igual paciencia la instrucción, la acusación y la reprensión que le viene de otro como si se la hiciera él mismo.
Dichoso el siervo que, al ser reprendido acata benignamente, se somete con modestia, confiesa humildemente y expía de buen agrado.

Autor: Mons. Miguel Romano Gómez




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